Ya puedo mirarte sin desearte, sin necesitarte. Ya aprendí a vivir sin vos. Y pensar que casi hacés que me mate!
Recuerdo nuestro primer encuentro; hoy concluyo que fue lo único bueno de nuestra relación.
Vos lucías radiante, tentadora. todos querían tenerte: eras una invitación al placer. Y me sedujiste –yo ignoraba entonces que sería tu esclavo-.
Al principio dudé en acercarme demasiado, pero tu imagen ambarina, tu cuello esbelto, casi transparente, prometían buena compañía y una calidez y dulzura infinitas. No pude resistirme: yo me sentía solo… calor, dulzura, compañía era lo que mas necesitaba.
Nuestros encuentros fueron cada vez más frecuentes e intensos. Vos embotabas mis sentidos y me hacías olvidar la realidad… mi realidad.
Nuestra relación se estaba tornando enfermiza; mi necesidad de vos crecía vertiginosamente: ya no me bastaba tenerte de a ratos, no podía concentrarme más que en vos. Te habías adueñado de mí: ya era tu esclavo y me sentía mal por eso.
Por la dignidad perdida, por la soledad a la que, casi paradójicamente, me llevaste. Porque después de todo, no me hacías feliz… me destruías, poco a poco. Y empecé a sentir miedo, culpa, angustia, impotencia y rencor. Mi vida era un infierno por vos.
Una noche decidí que sería la última que pasábamos juntos.Te lo dije, sería nuestra despedida.
Al principio me sentí bien, quizás por la decisión que había tomado. Pero al avanzar la noche, fuiste llenándome poco a poco de tu perfume, de tu calor… te fuiste adueñando de mí nuevamente, como burlándote de mi decisión, como riéndote de mi ingenuidad, muy segura de tu poder. Y creíste que habías triunfado, otra vez. Pero nunca me conociste del todo.
Salimos juntos del bar, como lo hacíamos últimamente, sin pudores. Recuerdo que pesabas demasiado en mi brazo. Pero no era un peso físico. Era el peso de los años perdidos por vos, de la vida que me reclamaba esos años en que abandoné todo: ideales, familia, amigos, trabajo, hasta mi fe, por vos. Era demasiado peso.
Entonces miré por última vez tu imagen ambarina y en un arranque, no sé si de locura o cordura, te rompí ese cuello tan tentador y dejé que tu veneno corriera despavorido por la vereda.
Fue en ese momento, en que mi existencia me pareció tan sin sentido, mi vida tan vacía, cuando quise cortar los hilos que me conectaban a este mundo, y entonces descubrí que te habías llevado mi valor y mis fuerzas. Caí a tu lado, junto a lo que quedaba de vos, sin sentido.
Era otoño y garuaba sobre aquella noche solitaria. La madrugada avanzaba sigilosa como temiendo despertar a ese cuerpo entumecido, con el alma hecha trizas, que se durmió borracho, llorando tristeza y soledad.
Me encontraron a la mañana siguiente, mojado, sucio, herido y con una resaca que me calaba los huesos. Me había dado una buena pulmonía. Porque fué buena.
Esos días en el hospital me salvaron de mi condena, porque me alejaron de vos y me hicieron reflexionar, buscar las respuestas dentro de mí, no en vos.
Sufrí mucho por tu ausencia, no lo niego. Fueron días terribles, me costó mucho superar nuestra separación, sobre todo porque sabía que podría encontrarte en cualquier bar, a la vuelta de la esquina.
Pero también sabía que no quería volver al infierno... no por vos.
Descubrí que no eras la única que podía brindarme calor, dulzura y compañía... y yo nunca pude reflejarme en tus ojos, ni sentir tus manos.
Ya ves, hoy te tengo frente a mí, te miro y no te deseo. Puedo tocarte y no sentir necesidad de vos. No te guardo rencor… no puedo hacerte culpable de mi pasado.
Por eso te tengo luciendo, otra vez radiante, tentadora y esbelta, junto a las otras botellas de mi bar. Porque ya puedo vivir sin vos.
.